sábado, 26 de diciembre de 2009

Tengo un libro que se titula así:

Cuando empecé a quererme:

-Dejé de conformarme con demasiado poco.
-Empecé a saber que estaba en el lugar adecuado, en el momento oportuno y entonces pude relajarme.
-Redefiní el éxito y la vida se convirtió en algo muy sencillo.
-Descubrí que no tengo que perseguir a la vida. Si me quedo quieta y tranquila, la vida viene a mí.
-Dejé de creer que la vida es dura.
-Empecé a escuchar mis necesidades y a no llamarlo egoísmo.
-Dejé de ignorar o tolerar mi dolor.
-Empecé a sentir mis sentimientos, no a analizarlos; sencillamente a sentirlos. Cuando lo hago, sucede algo maravilloso. Inténtalo, ya verás.
-Ya no necesité cosas ni personas para sentirme segura.
-Dejé de desear que mi vida fuera distinta y descubrí que tal y como es, me ayuda a evolucionar.
-Entendí la complejidad, el misterio y la magnitud de mi alma. Menuda tontería creer que puedo entender el significado de la vida de los otros.
-Dejé de proyectar mis fuerzas y debilidades hacia los demás y me las guardé para mí.
-Dejé de esforzarme en hacerlo todo bien.
-Sentí una comunidad en mi interior. Este equipo interior con varios talentos e indiosincrasias es mi fuerza y potencial. A menudo convocamos reuniones de grupo.
-Dejé de culparme por las decisiones que había tomado y eso me dio seguridad e hizo que me responsabilizara de ellas.
-Vi el abuso que supone intentar forzar a alguien o algo que no está preparado. Incluso a mí misma.
-Empecé a caminar, a subir todas las escaleras que me encontraba y a elegir siempre el camino más pintoresco.
-La parte impulsiva que hay en mí aprendió a esperar el mejor momento.
-Empecé a aceptar lo inaceptable.
-Dejé todo lo perjudicial para la salud. Personas, trabajos, mis creencias y costumbres. Cualquier cosa que me minimizara. La razón me decía que eran desleales. Ahora lo veo como amor hacia uno mismo.
-Me olvidé del perfeccionismo, ese asesino de la alegría.
-Pude ser sincera con mis habilidades, y mis limitaciones.
-Descubrí mi objetivo y poco a poco, me fui olvidando de las distracciones.
-Me di cuenta de que aquello de lo que huía persistía a mi lado. Como un niño pequeño tirándome de la falda. Ahora, cuando algo resiste, tirándome de la falda me lo tomo con curiosidad, y buen humor.
-Aprendí a dejar de hacer lo que estaba haciendo, aunque fuera por un momento, y tranquilizar a la parte de mí que estaba asustada.
-Aprendí a decir No cuando quería decir No, y Sí cuando quería decir Sí.
-Pude ver lo divertida que es la vida, lo divertida que soy yo, y lo divertida que eres tú.
-Reconocí mi valor y mis miedos, mi inocencia y mi sabiduría, y les puse un plato en la mesa a todos.
-Me dí cuenta de que nunca estoy sola.
-Dejé de temer al tiempo libre y dejé de hacer planes. Ahora hago lo que me apetece y siempre sigo mis instintos. ¡Es fabuloso!
-Dejé de intentar impresionar.
-Dejé de hacer oídos sordos a las voces críticas de mi interior. Ahora les digo: Gracias por vuestra opinión!. Se quedan tranquilas; fin de la discusión.
-Dejé de intentar ser una salvadora para los demás.
-Perdí el miedo a decir mi verdad porque he descubierto lo bueno que es.
-Dejé de buscar "expertos" y empecé a vivir mi vida.
-Descubrí lo que la rabia me enseña sobre la responsabilidad, y lo que la arrogancia me enseña sobre la humildad, de modo que ahora las escucho atentamente.
-Estuve a gusto con las idas y venidas de la razón y de la desesperación.
-Aprendí a sufrir por los golpes de la vida cuando vienen en vez de hacer de tripas corazón y cargar con ellos toda la vida.
-Me perdoné por todas aquellas veces que pensé que no había estado a la altura.
-Escuché lo que me pedía el cuerpo. Se comunica muy claramente a través de la fatiga, las sensaciones, las aversiones y los deseos.
-Dejé de tener miedo de mis miedos.
-Dejé de revivir el pasado y de preocuparme por el futuro, de modo que me mantuve en el presente donde vive la vida.
-Descubrí que la mente puede tormentarme y decepcionarme, aunque al servicio del corazón es una aliada magnífica y noble.
-Empecé a disfrutar de la libertad.