lunes, 23 de noviembre de 2009

Buscaba.

Buscaba...¿qué buscaba? No lo sé pero he encontrado algo que no esperaba. Yo era la chica que, sentada en el banco de la estación, me limitaba a ver pasar el tren con un montón de personas dentro. Y pensaba que, cada una de esas personas se habían subido al tren adecuado, y a la hora oportuna. Al tren de su vida. Y que sabían dónde habían de bajar o subir, porque sabían dónde estar en cada momento. Aunque no fuese verdad, yo tiraba a todas aquellas personas al mismo saco, porque llevaban un ritmo de vida definido, con algún insignificante sentido. Yo no. Yo iba y venía y cuando me cansaba me sentaba allí. Llevaba un tiempo como una guiri, perdida en una ciudad desconocida, con una sonrisa un tanto estúpida en la cara, sin un plan mejor que vagabundear y observar el panorama. Una estabilidad inquieta. Un nosequé que qué sé yo que me hacía pasar los días diciendome al levantar: vamos pequeña mujer, váyamonos a la aventura. Que sí, que muy bien, ji ji ji, ja ja ja, pero si alguien, en ese momento, me hubiese abierto la boca, metido una cuchara y hubiese rebuscado, no hubiese encontrado nada. Porque dentro de lo que cabe, tenía un vacío. Un vacío que no me impedía seguir -ni mucho menos- pero que ya empezaba a mordisquear neuronas y a llenar de sin sentido mi mente. Hasta que, una noche de verano, sentada en aquel banco alguien se acercó y de repente, dio una pincelada a este lienzo y me miró. Alguien a quien no le importó que fuese una guiri, una loca de la vida sentada ahí, sola. Alguien que me dedicó una sonrisa, y me invitó a subir a uno de esos trenes que pasaban por allí. A formar parte aquel papel, y a pintar una historia...